Cada una de las canciones de este disco podría ser la sintonía de cabecera de alguna serie de televisión de los ochenta. Lo único mínimamente interesante que tiene es el solo de piano de Fire In The Hole.
Interesante disco. Me parece que ha influido en los inicios de gente como Massive Attack, Moby o The Chemical Brothers.
Nunca pensé que me podría gustar un disco navideño.
De la canción Re-Ignition salió años después Ultrasonic Sound, de Hive. Y eso es lo único que le podemos agradecer a este disco.
No entiendo por qué está este disco en esta lista. Es completamente insustancial.
Lo mejor de este disco es el último corte en el que salen ellos hablando; y ni siquiera eso es interesante. Alguna canción se deja escuchar.
El mejor disco que me ha sugerido esta página hasta el momento. A punto he estado de darle cinco estrellas. Tiene canciones realmente cósmicas.
No le he prestado atención a lo que rapea pero sí a cómo suena. Y suena muy elegante. Me dan ganas de escuchar más cosas suyas y de los Wu-Tang Clan.
Ya es el segundo disco que me sugieren de este artista y sigue sin entrarme. No más, por favor. No obstante, The Boston Rag es un temazo.
Virtuosos del aburrimiento, suenan igual que Metallica pero sin las baladas. Todas las canciones son iguales. Esto no es heavy, es pesado.
Canciones sin carácter, destacan mínimamente “I knew I’d want you” e “It’s no use”.
Musicalmente es muy simple. No he prestado mucha atención a lo que rapean pero me da la sensación de que adolece de lo mismo. Los rapeos suenan como aquella canción que decía “eh, tú, que estás ahí, quítate la mano de la nariz”. Aun así, parece que intentan esforzarse.
Aquí hay musicalidad a parte de rap comprometido. Al escuchar el disco sientes como si Ice Cube se acabase de comprar una casa y te la estuviese enseñando. Roza el 4.
So soso. Si hubiese una hecatombe y creyese que soy el único superviviente del mundo, tras vagar durante varios años en soledad, una buena tarde me encontrase con este hombre tocando la guitarra y cantando sus canciones, me haría el sueco y pasaría de largo.
Rock modesto y sin alma. Por eso prefiero a Mark Lanegan cuando está con los Soulsavers. Solo llama la atención la percusión exótica de los dos últimos minutos del disco.
Jamás habría imaginado que al volver a escuchar este disco después de tantos años, lloraría. Es como volver a casa. Desprende inocencia, unas veces dulce, otras rabiosa, pero siempre bella. Descubrí a Arcade Fire con “Power Out” y en ese momento supe que estaba ante algo nuevo, original e icónico, como el “Breathe” de The Prodigy. El disco, inesperadamente, resultó no ser tan eléctrico como el single. Sin embargo, después de varias escuchas no importó porque lo que este disco tenía era algo más y ese algo te desgarraba por dentro. Era imposible parar de escucharlo. Hoy he vuelto a esa época en la que mis oídos estaban cogiendo forma y he sentido un gozo incontenible al hacerlo. Hay funerales que llenan a uno de felicidad.
Rock and roll animoso. Encajaría en alguna película de Tarantino o de Austin Powers.
Este género musical nunca defrauda pero tampoco llega a ser espectacular. Va perfecto para un ascensor o una sala de espera. Todas las canciones de este álbum son amables sin más, con alguna excepción en la que se ven destellos de algo más interesante, como “August Day Song” o “Alguem”. No obstante, el disco es tan elegante que casi se merece un cuatro. Imagino “Sem contençao” sonando en alguna película de excesos, como El lobo de Wall Street.
Los chicos enrollados de la clase se han comprado unos instrumentos y han hecho un disco. Tienen talento y se les ve inquietos pero, por alguna razón, no acaban de dotar de entidad a este álbum a pesar de las filigranas y la experimentación. Aun así, la escucha no se hace pesada debido a la corta duración del disco y a su frescura. Pero la menta también es fresca y no me voy llevando a la boca hojas de menta porque sí. Parece que le falta algo. ¿Elaboración? ¿Madurez? Nunca lo sabremos.
Tras escuchar por primera vez un disco entero de Elvis Costello siento que es como las lechugas, que todo el mundo cree que son buenas pero en realidad aportan poco a tu organismo. Siendo generoso, podría haberle puesto un tres al álbum, pero siendo estricto, no puedo darle más de un dos a pesar de que la escucha es entretenida en algunas canciones, como en “(I don’t want to go to) Chelsea”, la pizpireta “Living in paradise” o la espídica “Lipstick Vogue” que es, con diferencia, la mejor de todas. Lo que más me gusta es que aparezca Berto Romero en la portada de este disco de 1978.
Este disco me quiere gustar pero no me llega a atrapar así de primeras; quizás es de esos que van creciendo poco a poco en uno. Aún así, tengo la intuición de que nunca llegará a ser apasionante. Lo que más me llama la atención es esa especie de pulsaciones que suenan en "Your Move", que no sé si están hechas con el bajo, la batería o un corazón humano. Habrá que dar más oportunidades a Yes. Yes, you can.
Me pregunto por qué he tardado tanto tiempo en escuchar un disco entero de Iggy Pop y no encuentro una respuesta reconfortante. El estribillo de "Search and Destroy" condiciona automáticamente a tu cerebro a querer más de eso, como cuando pruebas un bollo ultraprocesado rebosante de sabor dulce y umami. "Penetration" es desenfadada y carismática; me recuerda a su amigo Tom Waits por momentos. "I Need Somebody" es, casi con total seguridad, una de las canciones que han influenciado a Marilyn Manson; su ritmo me atrapa y yo me dejo atrapar con gusto. Estamos ante un álbum con carácter y genio. Un despliegue de poder crudo.
En la mayoría de canciones de este disco parece como si un hooligan se hubiese colado en el estudio de grabación pegando gritos y al grupo le hiciese gracia y se quedase así. Por lo demás, este álbum pasa sin pena ni gloria por tus oídos. Solo “Change” se hace notar un poco.
Difícilmente se pueden abrir mejor las puertas a un grupo que con este disco. “The Doors” irrumpe en la escena con aura divina y generosa obsequiándonos con manjares como “End of the night”, “Break on through (to the other side)” o “The end”. Los mendrugos de pan para rebañar la salsa son “Soul kitchen”, “Back door man” y “Light my fire”. Un álbum para chuparse los dedos y querer repetir.
De este álbum solo puedo salvar una canción, “State Trooper”, que con literalmente dos acordes tiene mucha más música que todas las demás juntas que, por culpa de esa languidez y una omnipresente armónica, parecen compuestas en la cárcel para ser tocadas en la iglesia… de la cárcel. Compraría este disco para poder prenderle fuego físicamente.
Da la sensación de que este álbum es famoso y reconocido por el simple hecho de que es de los Rolling Stones y que, si no lo fuese, pasaría desapercibido. Parece como si la motivación que tenían a la hora de grabarlo fuese la de intentar ver cómo sonarían si llevasen viviendo toda la vida en Arizona; quizá sea para hacer las delicias de los granjeros estadounidenses o quizá por pura diversión, pero es precisamente eso lo que falta a la hora de escucharlo: diversión. “Parachute Woman” se sale un poco de esta tónica y se agradece. “Sympathy For The Devil” seguro que ha servido de apoyo para alguna que otra canción de Primal Scream. “Street Fighting Man” es pobre en comparación con la versión de Rage Against The Machine. El resto de canciones me invitan a sentarme en la mecedora del porche con mi mono vaquero de tirantes, el palillo en la boca y la escopeta en el regazo. No estamos ante un gran disco de sus satánicas majestades.
Tenía grandes esperanzas en este álbum porque siempre han puesto por las nubes a Solange y yo nunca había escuchado nada suyo. Tras este primer acercamiento me he quedado algo tibio. Siento que nuestra amiga se centra en demostrar que ella también es una diva como Mariah Carey o Alicia Keys, como si con cada canción quisiera decir: «eh, que mi hermana no es la única en la familia que sabe cantar»; por eso el disco está plagado de florituras vocales, como si eso añadiese musicalidad por sí mismo. Aun así, se aprecia elegancia y buen gusto en todos los cortes, incluidos los interludios, que están llenos de asertividad. Un disco uniforme y bien hilado, en el que no destaca ninguna cosa por encima de otra.
Morrissey es conocido por ser uno de los mejores letristas del panorama musical. Estupendo. ¿No podría recitar sus poemas en vez de cantarlos? Su forma de cantar siempre me ha resultado de lo más molesto. Parece un niño burlándose de otro, ridiculizándolo o ignorándolo. El típico cántico que dice «habla cucurucho que no te escucho». Se hace muy pesado escuchar un disco entero así. De hecho, en el himno vegano que es la canción que da nombre al álbum se escuchan mugidos y balidos que se agradecen. “The Headmaster Ritual” suena como una desvencijada cama de muelles. El ritmo de “Barbarism Begins at Home” me recuerda a “Suck It To Me” de Almodóvar y McNamara, pero no tiene esa frescura. La única que se puede encontrar en este disco está en “Well I Wonder”, donde el cantante se lo toma más en serio y produce melodías vocales hacia el final de la canción que sí son placenteras, lo cual da todavía más rabia; se ve que el hombre sabe hacerlo bien pero no le suele apetecer. En general, no entiendo cómo los fans de The Smiths aguantan esa voz aunque supongo que la clave está en la repetición. Seguro que si escuchas un sonido de cadena de bicicleta saliéndose de la rueda ciento cincuenta veces seguidas, le acabas pillando el gusto. O eso o te tiras de un puente.
Aquí no hay grandes aspavientos y las canciones son sobrias pero bien enfocadas. Las mejores son las de ritmo lento. Destacan las cuerdas en varias de ellas, como el chelo de “Holocaust”, que crea un ambiente denso y brumoso. Un disco íntimo para escuchar en soledad.
Un disco chulo. Recuerdo que los vi en directo -sin conocerlos- en uno de mis primeros festivales (2005) y la gente decía que Love eran míticos. No me han conmovido pero sí entretenido con este “Forever Changes” en el que destaca el dinamismo de “A House Is Not a Motel”, los punteos de “Live and Let Live” y las trompetas de “Maybe the People…”. Se nota la influencia de la música española a lo largo de todo el álbum. Me llama la atención lo que alucinaban con el estéreo los grupos en los 60 y los 70. A mí me molesta que separen los instrumentos por orejas.
Cuando se tienen un gusto exquisito por la música y se hace un disco entero a base de samples, el resultado es este. Elegante y refinado en todos los cortes, este álbum debe ser escuchado de principio a fin y saboreado con calma para disfrutar de una maestría inusual en un disco de debut. Aunque parece fuera de lugar destacar una canción por encima de otra en este trabajo, mis favoritas son “The Number Song” y “Midnight In A Perfect World”. Estoy seguro de que “Endtroducing…..” ha servido de inspiración a gente como The Avalanches. Una auténtica obra de artesanía.
Las canciones de este disco son jaulas en las que se aprietan un montón de sonidos distintos para ver si se pelean entre sí o se llevan bien. En la mayoría de ellas hay que limpiar la sangre pero en algunas parece que la mezcla funciona. Estoy hablando de “Bingo Bango”, “Stop 4 Love”, “Don’t Give Up” y la mítica “Red Alert”, tantas veces puesta en la MTV en nuestra adolescencia. El resto consiste en repetir sonidos continuamente y se hace tedioso; en el caso de “Same Old Show”, hasta incómodo, ya que son seis minutos de un gemido femenino en un intento fallido de emular el “Love To Love You Baby” de Donna Summer. Es peor este Remedy que la enfermedad.
“Avalanche” es el invierno hecho canción: los violines son el viento fresco que cuando arrecia se convierte en violonchelo; la guitarra suena como un riachuelo embravecido; la voz de Leonard es el sol que, a pesar de todo, calienta. Empezar un disco de esta manera es establecer unas expectativas tan altas que son muy difíciles de cumplir. Los cantautores tienen un problema conmigo y es que yo no he venido a leer poesía sino a escuchar música y se nota que ellos dan más importancia a la letra que a cómo suena. Claramente escribe la letra a priori y luego añade la instrumentación, por eso en muchos momentos alarga las vocales para adaptarse al ritmo o, al contrario, mete unas cuantas palabras por segundo. Curiosamente, a veces el cuerpo le pide clavarlo y por eso de vez en cuando suelta un “tarararará” que se sincroniza de forma tramposa con la música a las mil maravillas. No obstante, celebro los “tararararás” cuando aparecen, como en la intimista “Famous Blue Raincoat” -de fondo con sutiles voces femeninas- y al final de la creciente “Sing Another Song, Boys”. Con todo, son varias las canciones de este disco en las que el paisaje sonoro está tan cuidado como el mensaje y por eso el señor Cohen tendrá más oportunidades en mis oídos después de este primer acercamiento a un álbum suyo.